Las canciones, las películas, los libros, los viajes interminables, los aromas, los lugares y las personas activan esa sensación que nos transportan a otros momentos.
Sí, quizá se trate de un déjà vu. Es estar rodeado de las mismas caras, objetos y circunstancias. Siempre terminamos diciendo que conocemos a una determinada persona de algún lugar, pero nunca sabemos de dónde. También nos suele pasar que entramos a un sitio desconocido y terminamos sintiendo la sensación de haber estado allí antes.
Hace años comencé a indagar sobre esta incierta sensación, que aparece cuando menos lo esperas y, muchas veces, viene acompañada de una nostalgia descapotable. La vida es un constante hacer, una fuerza nos mantiene en ese tren de ida y vuelta. A veces partimos de un lugar extrañando los amigos, las personas, la familia y todos esos momentos importantes que marcan nuestra vida. A veces se presentan oportunidades maravillosas que, cambian por completo, nuestra manera de ver las cosas. A veces, se presentan de esta forma.
Otoño, 11 de noviembre de 1999
Otra vez en este lugar. ¿Será que te encuentro?
— ¿Hablando sola?
—Perdón.
— ¿Adónde vas? No te haré nada, no soy un delincuente.
— Eso no lo sé. Debería de huir porque no sé quién eres y qué quieres.
Me observaba con una mirada despectiva, pero dulce.
— ¡Qué carácter!
—Gracias, prefiero que me digan halagos más originales e interesantes.
—Mi padre decía siéntate al lado de un viejo árbol y observa la paz que se respira y se siente. ¿No piensas lo mismo?
—Siempre vengo a despejar mi mente justo en esta época del año.
—Lo sé.
— ¿Cómo dices?
—¡Qué tienes mucha razón! Se siente el aire fresco, la temperatura está agradable y me encantaría que cada día fuese como este. Ese amarillo difuminado y ese naranja en las hojas de los árboles es mi lienzo favorito. ¿Lo ves?
—Sí, es hermoso. Amo este lugar, siento que soy libre y que ya he estado aquí muchas veces. Siempre viajo a otro lugar, aunque esté aquí sentada, siempre lo hago. Es algo inexplicable. Pensándolo bien, me resultas familiar… Te he visto en otra parte.
—Es posible. (Pensando en voz alta) Qué mágico este encuentro. Primera vez que me siento tan bien.
—Sí, ya te hice un análisis completo, y te conozco de algún lugar.
—Con tal no sea en un funeral.
Se reía de mí.
— ¿En qué piensas?
— ¿Estás hablando conmigo?
—Sí, por qué respondes con una pregunta. Eres la única chica que está aquí.
—Es que estaba imaginándome cómo sería mi vida en unos años y, este atardecer, me pone pensativa.
—Ojalá, estuvieras pensando en mí.
—Disculpa, ¿qué dijiste?
—Nada. Te decía que a mí también me sucede lo mismo. Esa sensación es única, es inspiradora.
—Inspiradora. Esta es la hora perfecta. Observa ese atardecer. Parece de película, ¿no piensas lo mismo?
—Sí, es hermoso. Solo falta tener dos copas de vino y sentarnos al lado de este viejo árbol.
— ¿Qué dijiste?
—Nada.
—Dime.
—Nada, hablaba en voz alta.
—Eso no fue lo que dijiste.
—Olvídalo.
—Y…
Y no se me ocurría más nada para mantener la conversación.
—Nunca te había visto en este lugar.
—Siempre vengo.
— ¡Qué extraño! ¿Estás seguro?
—Sí, seguro.
—Quizá, nunca coincidimos.
—Quizá.
— ¿Cómo te llamas?
—Quiero robarte un beso.
— ¿Te llamas “quiero robarte un beso”?
—Ay, lo siento. Estaba…
—Repite lo último que dijiste.
—Estaba.
—Eso no, tonto. Lo anterior.
—Se me olvidó.
—Excusas.
—Por qué casi todas las mujeres son así…
— ¿Así cómo?
—Como tú. No mires así, tú empezaste.
—I don’t care.
Nos miramos por unos segundos. Ella sonría.
—Eres encantadora.
—Gracias.
—Puedo (…)
—Mejor capturemos este momento. ¿Tienes una cámara fotográfica?
—No.
Ella volvía a sonreír, mientras movía su cabeza de un lado al otro.
— ¡Qué bella es esta ciudad! Esta es la hora del ocaso.
—Mi madre también opina lo mismo.
—y tú, ¿no opinas lo mismo?
—Sí, claro. Me encanta. Estoy enamorada de este cielo y este lago. ¿Por qué me miras de esa forma?
— ¿De qué forma?
—Como si estuviera loca.
—Bueno (…)
—Mejor no digas nada.
—Dios ayúdame, no entiendo por qué tengo el corazón tan acelerado. Estoy temblando y no puedo controlarlo. Estoy demasiado nervioso. Ayúdame a recordar algo de Shakespeare, Neruda, García Lorca. ¿Verdad que es hermosa?
— ¿Con quién hablas?
— ¿Yo?
—Sí, tú. Te escuché murmurar.
—Estaba pensando en voz alta.
— ¿Qué pensabas?
—Nada.
—Hombres.
—Ay, tengo hambre. ¿Te apetece comer algo?
—No, estoy bien. ¡Gracias por preguntar!
—Yo sí tengo hambre.
—Si tenías un chocolate en tu mano.
—Era un aperitivo.
—Terminaré pensando que comes demasiado.
—Por qué siempre dicen eso los que me conocen… Bueno tengo más chocolate en mi morral, ¿quieres?
— ¿Es en serio?
Sonreíamos.
—Este chocolate me despertó el apetito.
—Puedo resolverlo.
— ¿Cómo?
—Tengo un delicioso pastel de chocolate, galletas, frutas, agua y un poco de zumo de naranja. ¡Para chuparse los dedos!
—Te los chuparás tú…
—Eres un estúpido. Me voy.
—Espera, no te vayas. Discúlpame.
— ¡Suéltame! Me estás lastimando.
—Si prometes que no te vas a ir.
—Igual me iré.
—Por favor, no te vayas.
—Ya deja de poner esa cara de drama. Está bien, pero quita esa cara. Me quedaré con una condición.
— ¿Cuál?
—No te comas todo el pastel.
— ¡Ja ja ja! Prometido.
— ¡Comamos!
—Gracias por acompañarme. Por cierto, están buscando actrices para la nueva película de Almodóvar. Deberías apuntarte.
—No me siento aludida con tu comentario.
—Está bien, solo bromeaba. Te enojas muy rápido.
—Si sigues, vas a comer césped.
—Y si tú sigues, te voy a robar un beso.
— ¿Qué dijiste?
—Nada. ¡Como usted diga doña! (Sonriendo). Si me ofreces un poco más de pastel, no te molesto más.
—Pero si te acabo de servir un trozo.
—Bueno, tengo que guardar para más tarde.
No me quitaba la mirada de encima. Admito que yo tampoco lo hacía. No sé si fingía demencia, o si se estaba haciendo la loca. No lo sé, pero fue mágico ese encuentro.
—Puedes tomar todo lo que apetezca.
—Gracias.
Nuevamente, volví a entrar en esa sensación que les comentaba al principio. Es como si estuviese en sus sueños, no sé cómo explicarlo. Es extraño. Siento que ella también está soñando lo mismo, pero no sé quién de los dos terminará despertando. No sé qué hago aquí.
«—No vayas a besarme, por favor—»
—Un momento, una cosa es que me acompañes a comer y otra muy distinta es que quiera besarte. Aunque sí quiero, pero no es el caso. Además, te mueres por besarme. No lo puedes negar.
—Tengo que reconocer una cosa, hablas demasiado. ¿Dónde aprendiste toda esa labia barata?
—Parece que la chistosa es otra, en realidad hablo poco.
—No te enfades, pero lo haces tan bien. Deberías poner en práctica lo que digo. Deberías de apuntarte al reparto de Almodóvar.
— ¡Vaya, superando al maestro! Te ganaste esta rosa.
— ¿Cómo hiciste eso?
—Magia.
—Si quieres conquistarme, primero debes saber que nadie me compra con rosas y, menos de plástico. Ni siquiera me has dicho tu nombre.
—Mi nombre es Cooper.
—¿Dijiste Cooper? ¿Por qué me ves así? Un poco de distancia, por favor.
—No puedo. Siento que si no hago esto, tendré que esperar un sueño más.
—No entendí.
— ¿Puedo?
— ¿Puedes qué?
—Robarte un beso.
—Eso no se pregunta.
Eliza despierta, son las 8:00 AM. Vas a llegar tarde al ensayo.
— ¿Ensayo?
Continuará…